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Hipertexto y poiesis: a propósito de la charla con Pedro Arturo Estrada



Por Francisco López


¿Qué nos unía en el Desván aquella noche del 18 de julio si no la más elemental de las necesidades? La lluvia sólo logró decorar el encuentro, el smog absorbió los edificios, pero no nuestra pasión. Decidimos bajar por un estrecho pasaje hacia la planta baja del bar, juntar dos mesas y sentarnos alrededor del fuego de la palabra. A poca luz, nuestras mentes se volvieron una enorme oreja por donde entraban sigilosas y afiladas preguntas, el cielo oscurecía y nubarrones colmados de relámpagos nos hicieron buscar resguardo en el ardor de nuestras voces.


Cada uno dejó su silla chorreada de sangre o de sueños, porque con humildad escuchamos al escritor y lector Pedro Arturo Estrada hacer voz su visión comunicable, su mirada hipertextual sin punto cero, sin centro, líquida en el sentido de su movimiento, no de su posible desaparición; lo vimos hacer trizas toda pretensión de soberbia. El ideal de originalidad en la literatura fue cuestionado duramente, nos decía el poeta, quitándonos una corona de espinas, como un autor habla a través de los autores que ha leído, esto es, la sencilla pero profunda lección de que un escritor es ante todo un lector y que su palabra no es sino el eco de todas las generaciones muertas. ¡Vaya!, así que todo lo que hay que hacer es leer, pareciera sencillo.


Sin embargo, al no tratarse la lectura de un ejercicio mecánico de retención de información, se manifestó la pertinencia de pensar en la hipertextualidad, de articular en una constelación creativa el sentido profundo del vasto océano de información disponible. La cuestión principal giró en torno a las formas diversas de manifestar un saber que en sí mismo encierra la nostalgia de algo que ya se sabía en el pasado, tal como logra expresarlo el cineasta chileno Patricio Guzmán en su documental nombrado El botón de nácar, él contrasta los saberes y prácticas de los pueblos ancestrales de la costa pacífica chilena con los más recientes descubrimientos en torno a la presencia de agua en otras partes del universo conocido por la astronomía a través de los telescopios del proyecto ALMA que se encuentran en el desierto de Atacama al norte de Chile: hay agua en todas partes, en todo hay agua, somos agua.


Escribir tiene que ver con buscar, o más bien, con sentir una suerte de vacío que provoca búsquedas y esfuerzos de intimidad mística en un mundo que arrastra la vida social al sinsentido mismo. Fuimos testigos de los desarrollos técnicos y tecnológicos del capitalismo salvaje y cómo éste obnubila con espejismos a los ojos que dejaron de habitar la oscuridad de la noche porque aprisionaron la luz de la luna en pantallas digitales. La hipertextualidad de la que nos hablaba Pedro Arturo refiere entonces a esta multiplicidad de formas simbólicas que se vinculan entre sí en el lenguaje, pese a estar fragmentadas y en caos.


Resulta que, así como el agua baña todo el cosmos, la poiesis se abalanza sobre todo lo humano, como si se tratara del gran Kukulcán en las cortinas del día. La capacidad de la humanidad para crear caminos que lleven a todas partes es infinita, por eso nuestras manos tomaron objetos de otros mundos con los pies sobre un púlpito de huesos, y creímos que la oscuridad había terminado cuando lo llenamos todo con bombillas, pero el cráter crecía a medida que todo caía y aquí nunca fuimos mayores de edad: recordemos la caída del “socialismo real” y el llamado “fin de la historia” cuando en Colombia se firmaba un nuevo pacto social y las víctimas sumaban cifras indecibles; las dimensiones del infierno tenían las medidas de una cartografía colombiana.


Desde Cosmogonía, un grupo de jóvenes se esfuerzan por aproximar sentidos diversos desde la escritura libre, pero qué significa escribir en el contexto del mundo contemporáneo. Para Pedro Arturo es sin duda el compromiso con el lenguaje mismo, custodiar las palabras que tienen el peso de milenios y que han conectado nuestras ideas con el entorno que habitamos, de ahí la negación de la pretendida originalidad y el devenir de los descubrimientos de la ciencia en poesía misma: así es como hay una elipsis en el ejercicio de escritura, pues palabras saltan en el tiempo y el espacio para instalarse en el contexto del autor. El hipertexto nos ubica en medio de dicha complejidad, ya que fue una falacia la separación de los saberes en disciplinas desvinculadas, el divorcio del sentir y de la razón, el alejamiento de la realidad y del mito; Fernando González tenía razón cuando señaló la existencia de una “conciencia cósmica” en quienes asumen el método emocional para emprender el camino de sus vidas.


Este es el tiempo de la incertidumbre, con días grises y humo negro en el aire, la adquisición de placer se erige en principio categórico dando lugar a aspiraciones que niegan el “poder inmediato de la creación”, incluso en círculos de escritores que se vanaglorian de su propio narcisismo. Quizá sea un acierto pensar en aquello que la civilización occidental pareciera negarse a hacer: buscar dentro de nuestro propio ser la salida, tal como advirtió Gonzalo Arango en el Retorno a Cristo: “La salida es adentro”, o el mismo Goethe en Fausto: “El sentimiento que es todo…”. La potencia de dichos enunciados radican en el impacto que tienen cuando se enuncian en medio de la crisis civilizatoria que atravesamos. Mientras esto sucede, en Colombia proclamamos la esperanza de un nuevo pacto social a partir del Acuerdo General para la terminación del conflicto; la espiral del tiempo nos recuerda el principio de la década de 1990 y los caminos se muestran cada vez más brumosos.


También Walter Benjamin nos habla con fuerza en medio del desencanto, en su Tesis sobre el concepto de Historia, nos fija la mirada en las ruinas que ha dejado la tormenta del progreso. La presencia de los antiguos en nuestro tiempo afirma que mirar adentro es también mirar atrás, en el sentido de recomponer lo destrozado por el afán de los días cuando crece la ciudad y nos abalanzamos hacia el futuro.


En definitiva, el sentido que cobra el hipertexto ésta cada vez más en los ojos, en la capacidad que tiene nuestra visión para transformar la realidad a medida que construye su propio universo, a veces los ojos están en las manos y todo cuanto tocan se hace viento, movimiento, vibración. El reto al que nos abocamos en la palabra tiene como base aprender a ver el arcoiris en el charco de aceite de la calle.


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